Un
año negro para el deporte colombiano
El
día que mataron el fútbol
Este
sábado se cumplen 25 años del asesinato del árbitro Álvaro Ortega a manos de
sicarios en la ciudad de Medellín. Ese año no hubo campeón pues el torneo se
canceló.
“Me
hirieron, me jodieron, Chucho. Coge a ese hijueputa”, alcanzó a decir Álvaro Ortega a
Jesús Díaz, su amigo y compañero en el arbitraje. Acababa de recibir 10
impactos de bala. Díaz echó a correr en dirección al taxi del que se había
bajado el asesino, alcanzó a tomar por el cuello al conductor mientras lo
insultaba. El carro arrancó. Jesús se agarró de la puerta tratando de
impedirlo, pero a los pocos metros quedó tendido sobre el pavimento, al tiempo
que le gritaban desde el taxi: “Chucho, tranquilo, no nos metas en problemas
con el patrón. No te queremos hacer daño”.
Con
ayuda de un habitante de la calle que aprovechó para robar la billetera del
herido, Díaz subió al agonizante Ortega a otro taxi, rumbo a la clínica Soma.
El reloj marcaba las 10:45 de la noche del 15 de noviembre de 1989. Ese día, en
la esquina de la calle Maracaibo entre carreras Palacé y Junín, quedó también herido el
fútbol profesional colombiano. No sólo silenciaron a Ortega, de 32 años, quien
dejó viuda a Betty y huérfanas a Mónica y Lorena, sino que quedó al desnudo la
mano de la mafia en el balompié nacional.
Una
semana antes, cuando le notificaron a Jesús Díaz que la terna de árbitros
elegida para el partido Medellín vs. América, programado para el miércoles 15
de noviembre de 1989, estaba conformada por él, Álvaro Ortega y Orlando Reyes,
mostró su desacuerdo. Sintió que era poner en riesgo la vida de Ortega pues 20
días atrás, el 26 de octubre, durante un partido entre los mismos equipos pero
en Cali, había anulado un gol de chalaca al Medellín. El partido terminó 3-2 a
favor del América. Para muchos, esa fue su sentencia de muerte.
“No
quería que Álvaro pitara en Medellín y me comuniqué con la Dimayor para que revocaran la decisión. No
tuve respaldo”, recuerda Díaz. Sobre las 2 de la tarde del miércoles 15, Ortega
recibió una llamada al teléfono de la habitación del hotel Nutibara, donde se hospedaban. “Álvaro se
descompuso, se puso pálido. Le pregunté quién había llamado y no quiso decirme.
Luego añadió que después del partido me contaba todo. Le insinué que mejor no
estuviera en el juego de esa noche, pero respondió que él no se arrugaba”.
Ortega
acudió al encuentro y ejerció como juez de línea. Orlando Reyes fue el central.
Díaz fue el segundo asistente. El encuentro transcurrió sin sobresaltos. Era un
partido de trámite. Terminó cero a cero al cabo de los 90 minutos. Cuando los
árbitros iban rumbo al hotel en una patrulla de la Policía, Jesús Díaz le
recordó a Ortega su promesa de contarle todo acerca de la llamada. Pero él
respondió que esperara a la cena pues prefería no hablar del tema porque los
policías podían escucharlo.
Díaz
nunca pudo saber los detalles de la extraña llamada. Mientras se dirigían a
cenar al restaurante Sorpresa, ubicado al respaldo del hotel Nutibara, ocurrió el crimen. A partir de
ese día, el árbitro Jesús Díaz, uno de los mejores jueces en la historia del
fútbol colombiano, decidió dar un paso al costado. En medio del estupor
nacional, a la siguiente semana se canceló el campeonato. Ese triste 1989, el
mismo año del magnicidio de Galán y del bombazo contra el avión de Avianca,
quedó signado como el año en que no hubo campeón.
“Árbitro
que no cumpla honestamente con su función, será borrado del mapa”, fue el
mensaje que la mafia del narcotráfico envió al país un año antes del asesinato
de Ortega. Lo hizo a través del también árbitro Armando Pérez, el 3 de
noviembre de 1988, un día después de secuestrarlo. Un plagio exprés ejecutado
por un grupo que dijo representar los intereses de Millonarios, Nacional,
Quindío, Pereira, Cúcuta y Júnior, supuestamente afectados por arbitrajes
amañados. Un antecedente que pasó de agache.
“Yo
ya dije lo que tenía que decir sobre ese episodio. Lo que viví durante ese
secuestro decidí enterrarlo en el pasado porque uno no tiene que propagar los
hechos que pueden afectar negativamente a la sociedad. Lo que sí puedo asegurar
es que le hicieron mucho daño al arbitraje colombiano”, le indicó Armando Pérez
a El Espectador cuando lo consultó sobre lo sucedido en aquel tiempo. Lo cierto
es que, como hoy sostiene Jesús Díaz, ese secuestro fue un aviso que las
autoridades nacionales y del fútbol no tuvieron en cuenta.
La
corrupción en el fútbol ya era patente y el secuestro de Armando Pérez fue un
campanazo de alerta que pudo haber evitado la tragedia del 15 de noviembre de
1989, pero prevaleció el desinterés. “La noche que secuestraron a Pérez,
saliendo del aeropuerto de Rionegro, se había realizado una reunión en
la Dimayor en Bogotá, donde se dijo que a los
árbitros los acusaban de arreglar partidos. Ese día rechacé los señalamientos e
incluso ofrecí renunciar al arbitraje. Hoy, más de 20 años después, creo que
realmente no todos los árbitros actuaban con honestidad”, refiere Díaz.
A
su vez, Rafael Sanabria, exárbitro colombiano, hoy analista del
fútbol, reconoce que en la época del secuestro de Armando Pérez o del asesinato
de Álvaro Ortega seguramente muchos partidos de fútbol sí fueron arreglados.
“Fue una época oscura para el fútbol y también para el arbitraje. Era un
secreto a voces que algunos jueces hicieron arreglos en algunos juegos para
favorecer equipos. También fueron muchos los que intentaron tapar el sol con un
dedo y no pudieron. Tarde o temprano se probó la corrupción”.
El
secuestro de Armando Pérez en noviembre de 1988, el asesinato de Álvaro Ortega
el 15 de noviembre de 1989 y la rotunda decisión de cancelar el campeonato de
fútbol profesional de 1989 en la asamblea extraordinaria del 22 de noviembre
terminaron por ratificar la crónica de una tragedia anunciada. La del fútbol
profesional colombiano en aquellos tiempos en los que los grandes capos del
narcotráfico, con sus aliados en el Estado o el sector privado, también
penetraron la economía, la política o la Fuerza Pública.
Hoy,
la memoria del árbitro Álvaro Ortega sólo hace parte de los recuerdos de su
familia o de sus amigos. En ninguna parte quedó un registro para rememorar su
sacrificio. Pero a la hora de hacer el compendio de los campeones de fútbol en
Colombia, en la casilla de 1989 se lee sin mayores comentarios: “Campeonato
cancelado”. No se dice que los árbitros estaban sentenciados a muerte o que
algunos capos de la mafia eran públicamente dueños de algunos equipos que
sumaban estrellas a sus divisas. Un país ahogado en violencia y paralizado por
el miedo en el que el fútbol también alentó la sociedad de la mentira.
* tgc_777@hotmail.com / @Theo_Gonzalez
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